Fuimos los únicos que tuvimos la idea, así que por lo menos, pudimos utilizar la cubierta en solitario,
Aun así, no tardamos mucho en desayunar y enseguida empezamos a divisar a lo lejos la aldea de pescadores que íbamos a visitar: Vung Vieng.
Los barcos no pueden llegar hasta Vung Vieng, y esta vez, en lugar de usar las lanchas a motor, nuestro desplazamiento fue en botes parecidos a los que usamos en Tam Coc, aunque más grandes y también manejado por mujeres, aunque con las manos en lugar de los pies.
La verdad es que los alrededores son impresionantes!! Aunque el cielo estaba entre brumas le daba un aire bucólico al color turquesa del agua con las inmensas rocas grises salpicadas de vegetación.
La aldea de pescadores es muy, muy humilde. Tanto, que no puedes evitar sentirte un poco culpable de venir a verlos en un crucero de lujo. Están a 24 km de distancia de tierra, y su sustento principal es el pescado. Debajo de las casas flotantes tienen creciendo los peces que han pescado, y cuando son lo suficientemente grandes o las circunstancias son idóneas, venden el pescado, principalmente a los juncos, que así se abastecen de pescado fresco para los turistas, aunque también en el continente.
Desembarcamos en un pequeño muelle, diseñado para aprovechar la sensación de culpabilidad que muchos de nosotros sentimos: hay una "granja" de peces, una tienda de souvenirs con obras de arte de la bahía de Halong y otros cachivaches relacionados con la pesca... Además, hay una escuela, que sólo tiene 3 paredes, ya que donde tendría que estar la cuarta hay un mirador con una caja de donaciones al lado. Si decidís pasar por Vun Vieng, os recomiendo que les llevéis a los niños de la aldea material escolar: pinturas, cuadernos,...
Y como Vietnam es un país de contradicciones, desde allí vamos remando hasta una carísima tienda de perlas cultivadas, donde nos enseñan como insertando un granito de arena dentro de una ostra, que dejan en el fondo de la laguna y al cabo de un tiempo se forma una perla, que ellos recogen para hacer una joya, mientras que a la ostra la vuelven a poner a trabajar.
No sabemos porqué, esta actividad fue la única en la que nos encontramos con gente de otros juncos, y aunque se trata de una realidad de la bahía de Halong, nos chocó mucho su discordancia con la humildad que se respiraba en la villa de pescadores y nos dejó claro como está cambiando Vietnam con el turismo y el rumbo que va a ir tomando su forma de vida en los años venideros.
Y desde allí, volvimos al barco, donde tomamos un refrigerio mientras regresábamos a tierra firme para vivir una de las experiencias más surrealistas que nos han pasado en nuestros viajes.
Pero eso, os lo cuento otro día...
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