Sa Pa: Diversidad étnica entre montañas II

25 de octubre de 2015

Las aldeas del día anterior, Lao Chai y Ta Van, nos habían dejado un buen sabor de boca, y aunque yo no me encontraba bien del todo (no me había sentado bien la cena del día anterior), no nos quisimos perder lo que teníamos pensado, y la verdad que mereció la pena el esfuerzo.
La entrada a la aldea Cat Cat empieza en alto y termina en la parte más baja de un valle (o a la inversa, pero es mejor bajar que subir ;) ) y mientras íbamos bajando por la falda de la montaña vas visitando los puestecillos que ponen en todas las casas, y que más o menos se repiten todo el rato, así que después de un tiempo dejas de prestarles atención y te fijas en el maravilloso entorno.


La primera vez que vi las raíces talladas, no pude evitar acordarme de las historias de brujas que utilizaban mandrágoras en sus rituales por su parecido a figuras humanas que leía de pequeña, y todavía me acuerdo cada vez que veo las fotos...

Una de las cosas que más llamó la atención a Miguel, siempre fascinado por la utilización del agua en cualquier lugar del mundo, fue cómo han creado una infraestructura de madera que emplea la fuerza del agua como mortero, y cómo lo van aprovechando desde las casas más altas hasta las más bajas, perdiendo muy poca cantidad durante el camino.



También pudimos visitar una casa por dentro, e incluso nos atrevimos a utilizar algunas herramientas y utensilios, con permiso, claro. 


Mientras íbamos bajando se nos acercó un grupo de turistas que venían del sur de Vietnam, y a los que les parecimos muy exóticos, sobre todo Miguel, lo que nos pareció muy surrealista.

En la parte más baja de la aldea Cat Cat hay un bonito puente y una espectacular cascada, que viene de lo alto de las montañas.



También hay una presa, que no es tan bucólica como el resto del paisaje, pero de cuya existencia nos alegramos mucho, porque hubiera sido una pena que se desperdiciase tanta cantidad de agua, y más en un lugar donde conseguir energía eléctrica de forma barata debe ser una prioridad.

La última aldea que vimos fue la de Matra. Hay que reconocer que el entorno no es tan bonito como el resto de las aldeas que hemos visitado, y quizás es la razón por la que no hay nadie más en el pueblo. Sólo niños. Y claro, nosotros fue la que más disfrutamos de todas.


Eran niños en estado puro, curiosos por nuestra presencia, pero dedicados a sus aventuras.


Eran bastante pequeños, pero ya notamos las diferencias de rol entre ellos. Las niñas jugaban a papás y mamás con cachorritos, mientras que los niños pescaban (o lo intentaban) y desplazaban ruedas.


Fue una tarde especial, paseando en un pueblo en el que no había otros turistas, pero tampoco otros adultos, suponemos que porque al ser sábado por la tarde, estarían en Sapa intentando conseguir algo de dinero.


La aldea era menos bucólica que el resto, la carretera más ancha,hasta vimos una piscifactoría!!, pero el último kilómetro de trekking es un poco cuesta arriba, y se vuelven a recuperar las vistas de las terrazas de arroz, e incluso del Fanxipán, la montaña más alta de Vietnam. Esta visita para nosotros mereció mucho la pena, aunque sabemos que fuimos muy afortunados de poder verla como lo hicimos.

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