Kyzyl kum
Nos adentramos en el desierto Kyzyl kum, uno de los más grandes del mundo y que comparten Uzbekistán, Kazajistán y Turkmenistán. Estamos en primavera, y algunas de las dunas se ven verdes desde la carretera, pero cuando te acercas te das cuenta de que no se trata, ni mucho menos de césped.Llegamos al campamento de yurtas a la hora de comer. No había nadie en el comedor, así que asumimos que habíamos llegado pronto.
El comedor estaba muy decorado en estilo kizijo, la etnia encargada de la mayoría de los campamentos de yurtas localizadas en Uzbekistán. Con nuestro taxista, de etnia uzbeca, se comunicaban en ruso y con nosotros, para nuestra pena, no se comunicaron.
Aydar kul
Después de comer fuimos a ver el lago Aidar o Aydar kul, un lago de aguas azules y apariencia infinita, que ha surgido como consecuencia de una inundación a finales de la década de los 60 del siglo pasado. Lo que pareció un desastre se convirtió en una maravilla llena de vida: la casa de diferentes especies de peces que fueron introducidos y de aves que han emigrado desde el vecino y maltrecho mar de Aral.Nosotros lo visitamos a principios de Abril, y aunque el día es caluroso, el agua está todavía helada, así que no nos bañamos, aunque paseamos por sus orillas de arena fina e incluso nos ponemos el bañador.
No pudimos ver ningún ave migratoria, pero sí oírlas y advertir su presencia.
Campamento de yurtas
A media tarde volvemos a nuestro campamento y entonces nos damos cuenta de que no sólo estamos solos en nuestra yurta (después de las vueltas que le dimos al tema de compartir espacio), sino que tenemos todo el campamento para nosotros dos.Así que nuestra historia no va a ser la típica de fiesta y música de otros viajeros, ni de compartir historias alrededor del fuego... todavía no sabemos si tuvimos buena suerte o mala, porque vivimos una experiencia difícil de repetir, aunque diferente de lo que esperábamos.
Fuimos a dar una vuelta por el desierto en camellos bactrianos, de los que tienen dos jorobas y que son los típicos de la zona. Turistadas a parte, de los camellos que disfrutamos fueron los que vivían en nuestro campamento y con los que tenemos anécdotas que no se nos olvidarán. Digamos que estaban contentos de que les hiciéramos compañía.
Paseamos por el desierto y pudimos ver jerbos y tortugas, unos más difíciles de fotografiar que otros :) y disfrutamos de una espectacular puesta de sol.
Como teníamos tiempo libre aprovechamos el entorno para hacer una fotografías: el paisaje y las condiciones climáticas invitaban a ello.
Durante la cena nos sirvieron vodka, bastante más fuerte del que estamos acostumbrados, así que un par de chupitos fueron más que suficientes y cómo sólo estábamos nosotros, pues no vinieron a cantar y a bailar, aunque nos encendieron la hoguera y pudimos disfrutar de una bellísima y fría noche estrellada.
Uno de los camellos se encargó de vigilar nuestro camino nocturno al baño, y otro de despertarnos comiéndose parte de la yurta en la que dormíamos y que no nos perdiéramos la salida del sol.
Un desayuno temprano y abundante es nuestra última experiencia en la yurta, antes de partir al destino soñado: Samarcanda.
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