Habíamos leído que los uzbecos eran gente amable, todavía inocente con respecto al turismo, y eso fue lo que nos encontramos.
Son curiosos, y aunque tienen la barrera del idioma, hablan ruso y su dialecto, pero no inglés, ellos no dudan en preguntar por gestos, hablando despacio...
Son muy trabajadores, lo hacen de sol a sol, y a la antigua usanza, sin tecnologías y sin cursos de prevención de riesgos...
Son muy trabajadores, lo hacen de sol a sol, y a la antigua usanza, sin tecnologías y sin cursos de prevención de riesgos...
Esta barrendera es de las modernas, porque le puso palo a la escoba y no andaba agachándose, cómo casi todas las demás. |
Son buena gente, casi demasiado, y la primera vez que se nos ocurrió preguntar una dirección y nos dijeron, por gestos, que le siguiéramos estuvimos con la mosca detrás de la oreja hasta que nos llevaron donde queríamos y no nos pidieron nada a cambio. Al contrario que en Turquía, no aparecimos en la tienda de alfombras de ningún familiar... Y así fue siempre que nos paramos a preguntar...
Una de las mejores experiencias que tuvimos fue el viaje en tren de Samarcanda a Tashkent. Entramos en nuestro vagón y una señora de unos trescientos años (año más, año menos), se apañó para explicarnos que viajaba toda la familia a la capital pero que ella y su nieto estaban en otro vagón y que si no nos importaba cambiarles el sitio. Todo esto sin hablar ni una palabra de inglés.
Así que les cambiamos el sitio y acabamos en un coche lleno de militares. Después nos enteramos que iban a Tashkent a promocionar y estaban todos muy contentos aunque algo cansados porque llevaban ya cinco horas en el tren.
Allí conocimos a Abdug'ani, un estudiante de empresariales que hablaba un poquito de inglés y que estuvo de intérprete con el resto de los ocupantes de nuestra cabina y de las colindantes.
Gracias a él, la llegada a la capital fue menos traumática, porque sabíamos que si nos pasaba algo, siempre podíamos mandarle un WhatsApp.
Las camareras de los sitios a los que fuimos a comer o cenar, algunos poco habituados a recibir turistas, se encargaron de que no nos faltase de nada, a pesar de que no tenían cartas ni menús, a menudo señalando lo que había en las otras mesas.
Los niños parecen muy felices en Uzbekistán, me recordaron, salvando las distancias, a mi infancia llena de calles y juguetes improvisados, llena de amigos, de carreras, de pinturas... y un poco lo sentí por los niños de aquí,lo que para algunos puede resultar paradójico.
Uzbekistán está en un período de cambio. Puede que sea de apertura al turismo, puede que los radicales que llaman a sus fronteras consigan entrar y transformen para siempre la realidad de esta gente ahora tan abierta a otras culturas, puede ser el capitalismo el que haga estragos y llene de McDonald's las antiguas madrazas... de cualquier manera creo que es un momento idóneo para visitar este país antes de que cambie su mejor patrimonio: su gente.
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