Para llegar a Sa Pa, cogimos el Fanxipan express (tren nocturno) hasta su última parada: Lao Cai, y de allí en coche a través de las montañas llenas de cascadas, bosques, retazos de selvas y sobre todo, de arrozales.
El viaje es muy largo, pero conseguimos dormir en el tren desde el principio hasta el final en nuestras pequeñas literas, así que pudimos aprovechar muy bien el día.
Desayunamos y fuimos a visitar la aldea Lao Chai, donde vive la etnia H'mong.
Allí, además de un paseo entre arrozales ya cosechados, y animales domesticados que a nosotros nos resultaban extraños, como búfalos, pero que poco les importaba nuestra presencia, como estos patos...
Entre los cultivos, se podían ver las casas tribales, con su ropa teñida de índigo tendida al sol.
Cuando nosotros visitamos Sa Pa, el arroz ya ha sido cosechado, por lo que la estampa no es la más bonita que te puedes encontrar, los amarillos y verdes chillones que han estado cubriendo los arrozales hasta hace poco, han dado paso a colores pardos, mucho menos llamativos. A cambio, hay mucho menos turistas y puedes visitar las aldeas prácticamente en solitario.
Era viernes, y había muchas niñas vendiendo pulseritas, pero nosotros en horario escolar no somos partícipes de darles nada a los niños, porque nos parece importante que vayan a la escuela, así que no tuvieron mucha suerte con nosotros.
Como todavía teníamos tiempo y ganas de seguir haciendo cosas, fuimos hasta la aldea Ta Van, donde conviven las etnias Giay, Dao rojo, H'mong y Kinh.
Fue aquí, viendo de cerca las terrazas de arroz que nos dimos cuenta de cómo funcionaba el sistema de inundación necesario para el cultivo de este cereal.
Pudimos también visitar la casa de una familia H'mong, y aunque ya nos habíamos hecho una idea de como son sus vidas en el museo etnológico de Hanoi, fue mucho más sorprendente ver una auténtica casa étnica, con sus objetos personales, sus animales...
Creo que fue el primer choque cultural fuerte que tuve en Vietnam, lo que me permitió abrir los ojos y ver las diferencias de nuestras formas de vida de manera más real, gracias a lo que definitivamente pude crecer personalmente en este viaje. Hanoi había sido como una burbuja, donde sus tradiciones me parecieron folclóricas, pero fue en Sa Pa, sentada al lado de la dueña de la casa mientras ella cosía, rodeada de sus telas y de la única fotografía que conservaba de alguien que había perdido durante la guerra, quisimos imaginarnos que su padre, en medio de un arrozal que se me antojó inmenso, cuando me di cuenta que su forma de vida más sencilla, separaba los verdaderos problemas de los que no lo eran (pero que a nosotros nos lo parecen).
En Sapa también visitamos las impresionantes aldeas Cat Cat y Matra, además de la propia ciudad de Sapa y su montaña Ham Rong, pero eso os lo cuento otro día que hoy ya os he soltado un rollo...
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