Antes incluso de bajar del coche, de Braganza sorprende y mucho, su castillo. Mientras subíamos sus
empinadas cuestas intentando asimilar todas las cosas diferentes y nuevas que estábamos viendo, Miguel y yo comentamos en la última de las casas: "esta gente es muy afortunada, tienen por vecino a un castillo medieval". Cual fue nuestra sorpresa, que al traspasar las murallas de la ciudadela había casas allí, había gente viviendo dentro, aunque hay edificios que se utilizan ahora como bares, pensiones, albergues y museos, hay numerosas casitas blancas, algunas inclusos con sus huertos, que le dan un encanto especial a la ciudad y que a nosotros por momentos, y salvando las distancias, nos transportaron a Khiva.
Nosotros el primer día subimos paseando por las empinadas calles de Braganza, pero al día siguiente, que visitamos el interior del castillo, ya que los domingos por la mañana la visita es gratuita, dejamos el coche casi en la puerta...
Además de la torre del homenaje, destaca la torre de la princesa, de la que hay bastantes leyendas, lo cual no es de extrañar, porque nosotros nada más verla pensamos en Rapunzel.
En la plaza de armas se encuentra la picota, en cuya base hay un cerdo de piedra prehistórico, que se remonta a los orígenes celtas de Braganza, llamado la porca de vila, sobre la que se alza una columna coronada por un blasón medieval.
Frente al castillo se encuentra la Iglesia de Santa María de la Encina, la más antigua de la ciudad y que fue construida en estilo románico, aunque las reformas posteriores la transformarían en una iglesia barroca con decoración renacentista.
Lo más impresionante es la pintura al fresco de su techo.
Casi compartiendo pared con Santa María, se encuentra el Domus municipalis, el elemento más icónico de Braganza y que fue declarado monumento nacional en 1910. Un edificio civil y de arquitectura románica construida en el siglo XII, donde al parecer se reunía el senado de la ciudad, por lo que es considerado el ayuntamiento más antiguo de Portugal. Destacan su forma pentagonal y los arcos de medio punto que recorren la parte superior de la fachada. En su interior, que nosotros no pudimos visitar, se encuentra un antiguo aljibe.
Además merece mucho la pena pasear por entre las calles de la ciudadela entre sus angostas calles llenas de casitas blancas con techos de ladrillos, entre los 600 metros de murallas de piedra que la recorren, subir a sus torreones amurallados, sentarse en una de sus terrazas, atravesar sus puertas medievales, caminar por sus jardines...
Aunque sin duda lo que más merece la pena de Braganza es su ciudadela, te recomendamos si tienes tiempo salir a través de la doble puerta situada en la calle dedicada a Don Fernando de Portugal y visitar la parte baja de la ciudad.
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